Apoyo espiritual en cuidados paliativos perinatales.
Hablar de apoyo espiritual en
cuidados paliativos perinatales es hablar de atención integral de la madre, del
ser en gestación, de la familia y del equipo médico que acompaña y
atiende. Es referirse a las atenciones
que complementan a los cuidados médicos y que dicen relación con al ámbito de
la interioridad, del sentido, de la trascendencia, de los valores y vivencias.
Hablar de aspectos espirituales en cuidados paliativos perinatales dice
relación con lo más profundo de nuestra existencia y que es el amor y cuidado
de la vida, desde su concepción a la muerte natural; cuidado y dedicación por
quien se inicia en este proceso de gestación, aún sin perspectivas de una larga
vida y de suma atención a quien ha sido llamada a ser madre, mediación de vida
y de amor. Es saber acompañar en esta
difícil experiencia de sufrimiento,
firmes en la conciencia de estar de frente a un misterio, es poder acoger en
todas sus dimensiones a quienes viven esta experiencia, que sabemos es única,
personal, intransferible. Es contribuir
a la humanización de la medicina y con esta misma humanidad y amor cuidar de
quien no puede ser curado.
Los aspectos espirituales rescatan 2
de los instrumentos terapéuticos más antiguos que son la palabra y la mano; es
colocar el manto – pallium, origen latino del cual se deriva la palabra
paliativo- de las relaciones interpersonales, es brindar una atención individualizada
y continuada. Es poder transmitir la
certeza de que en el sufrimiento no estamos solos, que es posible vivir la
esperanza y es posible encontrar el sentido al momento presente; es descubrir
la oportunidad de madurar y desarrollar siempre más el campo de los valores, de
fortalecer mi experiencia de fe y vivencia del trascendente. Es poder mudar del “¿por qué? ¿por qué a mí?
Al ¿para que? ¿Por qué no a mi?”
En la atención espiritual somos
convidados a ser trasmisores de valores, pues estos tienen un carácter
relacional y se transmiten por osmosis.
Quizás el aspecto terapéutico más importante sea el esfuerzo por infundir
esperanza , por abrir las puertas a quien es “El Camino, la Verdad y la Vida”
(Jn 14,6). Es el camino de la fe, que no
todos recorremos de la misma manera, pero que anhelamos desde lo más profundo de nuestros seres racionales y relacionales; por
que el anhelo de trascendencia es inherente a nuestra condición humana, aunque
lo busquemos y realicemos por diversos caminos. Para quien tiene fe, hay siempre una ventana
a la Esperanza, a entrar en comunión con el gran Otro que me trasciende y es
capaz de infundir paz y consuelo verdadero.
Favorecer el ejercicio de la
escucha; así como Job nos dice en su libro: “¡Oh! ¿Quién hará que se me
escuche” (Job 31,35); porque acompañar espiritualmente es ayudar a vivir las
preguntas que no tienen respuesta, compartirlas; ayudar a vivir en esperanza no
significa anular incertidumbres e inseguridades.
Acojamos
las palabras del Beato Juan Pablo II cuando en el año 2004 nos decía:
"Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del
dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos
abruma", recuerda el Concilio (Gaudium et spes, 22). Quien en la fe se abre a esta luz, encuentra
consuelo en su sufrimiento y adquiere la capacidad de aliviar el sufrimiento de
los demás. De hecho, existe una
relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad
de ayudar a quien sufre. La experiencia diaria enseña que las personas más
sensibles al dolor de los demás y más dedicadas a aliviar su dolor, son también
las más dispuestas a aceptar, con la ayuda de Dios, sus propios sufrimientos.
Sólo la fe puede
responder a las interrogantes esenciales del corazón humano. La Iglesia
quiere seguir dando su contribución específica a través del acompañamiento
humano y espiritual de los enfermos que desean abrirse al mensaje del amor de
Dios, siempre atento a las lágrimas de quien se dirige a Él (cf. Sal 39, 13).
Reconocemos en el ser en gestación la dignidad intrínseca
de la persona creada a imagen de Dios; lo encontramos en las Escrituras, cuando
en el libro del Profeta Jeremías nos dice: «Antes de haberte formado yo en el
seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jr 1, 5)
y en el libro de los Salmos leemos: «Y mis huesos no se te ocultaban,
cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra» (Sal 139, 15).
Para finalizar, hago una invitación para que cada uno de
nosotros nos sintamos llamados a ser personas capaces de brindar este apoyo
espiritual, que podamos crecer en la conciencia que acompañar es saber “ser” al
lado del que hace la experiencia de una muerte inminente; es saber acercarnos
al otro con empatía, autenticidad y aceptación incondicional. Es poder ser mediaciones de consuelo y
esperanza y que podamos juntos asumir el
sufrimiento humano en el misterio salvífico de la cruz de Cristo.
Hna. Patricia Rojas Ibañez, mesc