terça-feira, 2 de abril de 2013


Apoyo espiritual en cuidados paliativos perinatales.

            Hablar de apoyo espiritual en cuidados paliativos perinatales es hablar de atención integral de la madre, del ser en gestación, de la familia y del equipo médico que acompaña y atiende.  Es referirse a las atenciones que complementan a los cuidados médicos y que dicen relación con al ámbito de la interioridad, del sentido, de la trascendencia, de los valores y vivencias. Hablar de aspectos espirituales en cuidados paliativos perinatales dice relación con lo más profundo de nuestra existencia y que es el amor y cuidado de la vida, desde su concepción a la muerte natural; cuidado y dedicación por quien se inicia en este proceso de gestación, aún sin perspectivas de una larga vida y de suma atención a quien ha sido llamada a ser madre, mediación de vida y de amor.  Es saber acompañar en esta difícil experiencia de  sufrimiento, firmes en la conciencia de estar de frente a un misterio, es poder acoger en todas sus dimensiones a quienes viven esta experiencia, que sabemos es única, personal, intransferible.  Es contribuir a la humanización de la medicina y con esta misma humanidad y amor cuidar de quien no puede ser curado. 
            Los aspectos espirituales rescatan 2 de los instrumentos terapéuticos más antiguos que son la palabra y la mano; es colocar el manto – pallium, origen latino del cual se deriva la palabra paliativo- de las relaciones interpersonales, es brindar una atención individualizada y continuada.  Es poder transmitir la certeza de que en el sufrimiento no estamos solos, que es posible vivir la esperanza y es posible encontrar el sentido al momento presente; es descubrir la oportunidad de madurar y desarrollar siempre más el campo de los valores, de fortalecer mi experiencia de fe y vivencia del trascendente.  Es poder mudar del “¿por qué? ¿por qué a mí? Al ¿para que? ¿Por qué no a mi?”
            En la atención espiritual somos convidados a ser trasmisores de valores, pues estos tienen un carácter relacional y se transmiten por osmosis.  Quizás el aspecto terapéutico más importante sea el esfuerzo por infundir esperanza , por abrir las puertas a quien es “El Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).  Es el camino de la fe, que no todos recorremos de la misma manera,  pero que anhelamos desde lo más profundo de  nuestros seres racionales y relacionales; por que el anhelo de trascendencia es inherente a nuestra condición humana, aunque lo busquemos y realicemos por diversos caminos.   Para quien tiene fe, hay siempre una ventana a la Esperanza, a entrar en comunión con el gran Otro que me trasciende y es capaz de infundir paz y consuelo verdadero.    Favorecer el ejercicio de la escucha; así como Job nos dice en su libro: “¡Oh! ¿Quién hará que se me escuche” (Job 31,35); porque acompañar espiritualmente es ayudar a vivir las preguntas que no tienen respuesta, compartirlas; ayudar a vivir en esperanza no significa anular incertidumbres e inseguridades.
           
Acojamos las palabras del Beato Juan Pablo II cuando en el año 2004 nos decía:
"Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera  de  su  Evangelio nos abruma", recuerda  el  Concilio  (Gaudium et spes, 22). Quien en la fe se abre a esta luz, encuentra consuelo en su sufrimiento y adquiere la capacidad de aliviar el sufrimiento de los demás. De hecho, existe una relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre. La experiencia diaria enseña que las personas más sensibles al dolor de los demás y más dedicadas a aliviar su dolor, son también las más dispuestas a aceptar, con la ayuda de Dios, sus propios sufrimientos. 
Sólo  la fe puede responder  a las interrogantes  esenciales del corazón humano. La Iglesia quiere seguir dando su contribución específica a través del acompañamiento humano y espiritual de los enfermos que desean abrirse al mensaje del amor de Dios, siempre atento a las lágrimas de quien se dirige a Él (cf. Sal 39, 13).
Reconocemos en el ser en gestación la dignidad intrínseca de la persona creada a imagen de Dios; lo encontramos en las Escrituras, cuando en el libro del Profeta Jeremías nos dice: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jr 1, 5)  y en el libro de los Salmos leemos: «Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra» (Sal 139, 15).
Para finalizar, hago una invitación para que cada uno de nosotros nos sintamos llamados a ser personas capaces de brindar este apoyo espiritual, que podamos crecer en la conciencia que acompañar es saber “ser” al lado del que hace la experiencia de una muerte inminente; es saber acercarnos al otro con empatía, autenticidad y aceptación incondicional.  Es poder ser mediaciones de consuelo y esperanza y que podamos juntos  asumir el sufrimiento humano en el misterio salvífico de la cruz de Cristo. 
                                                                           Hna. Patricia Rojas Ibañez, mesc

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